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"Sana'a, Yemen" by Rod Waddington is licensed with CC BY-SA 2.0. To view a copy of this license, visit https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/ |
Aunque de tanto en cuanto resurge en las principales cabeceras de prensa, el largo conflicto en la República de Yemen parece pasar desapercibido a la atención mediática internacional, especialmente en comparación con otros enfrentamientos derivados de las primaveras árabes como las guerras de Siria o Libia. Sin embargo, el enfrentamiento en el extremo sur de la península Arábiga ha derivado en la calificada por Naciones Unidas como “peor crisis humanitaria del mundo”.
Planteado habitualmente como un mero conflicto sectario entre el gobierno de un país mayoritariamente suní y los insurgentes hutíes del norte (chíies zaidíes, agrupados en el movimiento ‘Ansar Allah’), o incluso como un episodio más de la nueva “guerra fría” entre Arabia Saudí e Irán, lo cierto es que se trata de una contienda con muchos más actores. A los anteriores hay que sumar, en un plano local, al movimiento separatista del sur (‘Al Hirak’) y a la organización islamista ‘Al Islah’ -considerada filial de los Hermanos Musulmanes en Yemen-, sin olvidar el innegable papel sobre el terreno de las organizaciones terroristas Al Qaeda (AQPA) y Estado Islámico. En un plano internacional, el conflicto constituye también un escenario clave para la geopolítica de Emiratos Árabes Unidos (EAU), para otros países de la zona, así como indirectamente para Israel y EE.UU.
Antecedentes.
La historia reciente de Yemen deriva del proceso de descolonización y su independencia de los Imperios otomano y británico, que desemboca en la creación de dos Estados en el extremo suroeste de la península Arábiga: la República Árabe de Yemen (en el norte, de corte capitalista), con capital en Saná e inicialmente alineada con Arabia Saudí; y la República Popular Democrática de Yemen (en el sur y este, de corte socialista), influenciada y sostenida por la URSS.
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Map_of_North_and_South_Yemen.png: Orange TuesdayFlag_of_North_Yemen.svg: B1mbo, with subsequent precision by Fry1989 and AlkariFlag_of_South_Yemen.svg: Dbenbenn, with subsequent precision by Fry1989 and AlkariGovernorates_of_Yemen_named.svg: Jarkederivative work: B1mbo, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons |
La unificación de ambos estados en la República de Yemen se produce en 1990, si bien cuatro años después los líderes socialistas del sur vuelven a proclamar su independencia esgrimiendo la marginación del territorio por parte de la capital Saná, dando origen a una breve guerra civil. En 1999, el General Ali Abdullah Saleh (norteño y zaidí), quien ya venía gobernando el norte, se convierte en el primer presidente del Yemen reunificado elegido en sufragio universal, tras una abrumadora mayoría en los comicios ante la falta de candidato del sur. Se inicia así un periodo de gobierno fuertemente personalista y corrupto, que goza sin embargo del apoyo de EE.UU. como aliado en la lucha contra el terrorismo. En 2004, Saleh ha de hacer frente a la primera insurgencia armada por parte de los hutíes, que representan el 30-40% de la población y que se consideran sin embargo infra representados y marginados por Saná. Ello motiva el desplazamiento masivo de tropas gubernamentales al norte, facilitando con ello la expansión del terrorismo en el sur. Durante estos años Saleh se enfrenta también a una profunda inestabilidad de gobierno, motivada tanto por su deseo de perpetuarse en el poder (desea colocar a su hijo como sucesor) como, una vez más, por las reivindicaciones del movimiento separatista del sur.
En 2011, en el contexto de las Primaveras Árabes que se extienden por todo el norte de África y Oriente medio, el fuerte descontento popular se suma a todos los frentes abiertos durante la década anterior. La violenta represión desencadenada por Saleh, a pesar de la mediación del Consejo de Cooperación del Golfo, desemboca en el atentado en el que casi pierde la vida y que motiva su huida a Arabia Saudí. Aunque regresaría posteriormente, el Gobierno es asumido desde entonces por su vicepresidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. Pese a la formación de una Conferencia Nacional para el Diálogo -aglutinadora de todos los sectores descontentos- cuya finalidad era hacer recomendaciones para una reforma constitucional, esta se ve abocada al fracaso al imponerse en dicho proceso las elites tradicionales.
La falta de un acuerdo entre las distintas facciones es aprovechada en 2014 por los hutíes, que toman Saná tras aliarse con el derrocado Saleh y apresar al presidente Hadi. Posteriormente, disuelven el Parlamento y forman un comité revolucionario para administrar la capital y las zonas bajo su control. Hadi consigue sin embargo escapar e instalarse en Adén (en la costa septentrional), hacia donde avanzan los hutíes con el objetivo de hacerse también con el sur del país.
Ante la amenaza de que Ansar Allah se haga con todo el territorio, Riad organiza una coalición militar para respaldar al gobierno legítimo de Hadi y contener el avance hutí. Dicha coalición, liderada por Arabia Saudí y EAU y aprovisionada por EE.UU. y otros países occidentales (entre ellos, España), aglutinaba inicialmente también a otros países del mundo musulmán suní como Marruecos, Jordania, Kuwait, Egipto, Sudán o Pakistán, si bien sus respectivas participaciones han ido variando desde entonces, pues algunos se han retirado totalmente -como Marruecos o Malasia-, han sido expulsados de la coalición -Catar-, o mantienen una aportación meramente simbólica. Desde 2015 se libra así un conflicto bélico que enfrenta a los hutíes contra el legítimo gobierno de Hadi respaldado por la coalición, aunque a medida que avance el tiempo irán surgiendo disensiones en el bando gubernamental. Mientras tanto, EE.UU. ha continuado su particular guerra contra el terrorismo a través de operaciones selectivas como la que en enero acabó con el líder de Al Qaeda en la Península Arábiga.
Bando hutí
La habitualmente denominada insurgencia hutí la forma en realidad el movimiento denominado ‘Ansar Allah’, creado en los años 90 por Hussein Badreddin al Houti (abatido por las fuerzas gubernamentales en 2004), quien bajo el nombre de su tribu aglutina inicialmente a los chiíes zaidíes del norte, si bien se afirma que el movimiento incluiría también actualmente a suníes norteños descontentos con la gestión despótica de Saleh. En este sentido, hay que resaltar que no todos los zaidíes son hutíes, y no en vano el propio Saleh era también zaidí (de la tribu Ahmar), razón por la que se indica que el conflicto no es meramente sectario sino que existe un componente tribal muy importante. Es más, aunque por un tiempo los hutíes fueron aliados de Saleh (y de sus fuerzas leales, incluyendo la Guardia Republicana), le acabarían asesinando en 2017, pocos días después de que el ex presidente renegara de ellos en lo que parecía un intento de volver a la órbita de Arabia Saudí como medio de recuperar el poder.
Su leitmotiv lo constituyen cinco máximas (“Dios es grande, muerte a América, muerte a Israel, maldición sobre los judíos y victoria del islam”) que representan gráficamente en un famoso emblema o cuasi bandera que puede verse por doquier en sus territorios. Los hutíes mantienen así una agenda anti-corrupción, revolucionaria y anti-imperialista que les ha granjeado extensos apoyos en los territorios que controlan. Desde el inicio del conflicto, no se limitan a defenderse de los ataques de la coalición, sino que habrían atacado reiteradamente el territorio saudí, llegando incluso a impactar de forma muy grave en diversas instalaciones de la petrolera Aramco en 2019 y 2020. El gobierno y la coalición han acusado a Irán de proporcionar a los hutíes misiles balísticos, drones y armas camuflados a través de barcos pesqueros. Sin embargo, algunas fuentes señalan que en realidad los hutíes no dependerían de Irán para abastecerse, sino que habrían obtenido su armamento del abandonado por sus enemigos o en el propio mercado negro. Según dichas fuentes, Irán únicamente estaría proporcionando asesoramiento técnico y financiero y componentes críticos para sus drones. Es más, aunque políticamente respaldados por Teherán, parece que el movimiento no estaría tan subordinado al régimen de los ayatolás como se afirma habitualmente, sino que los hutíes actuarían con plena independencia en su toma de decisiones. No en vano, se ha señalado que en la medida en que Ansar Allah es una coalición de tribus, ciertos componentes de la misma podrían no ver con buenos ojos una excesiva influencia política y religiosa procedente de Teherán.
Bando gubernamental
Las cosas han cambiado mucho desde el inicio de la contienda en el bando del gobierno reconocido por la comunidad internacional. Así, lo que en un primer momento era un frente unido en torno a Hadi -quien gobierna desde el exilio-, sostenido por las tropas de la coalición -que a su vez se apoyaban en otros actores locales-, ha terminado derivando en una “guerra dentro de una guerra” entre las fuerzas gubernamentales y los separatistas del sur, así como en la cuasi disolución (o reducción muy significativa) de la coalición de países, en la que actualmente solo parece permanecer su promotora Arabia Saudí.
Tras lograr mantener inicialmente a raya a los hutíes a través de bombardeos en los territorios ocupados y el bloqueo del crucial puerto de Al Hudayda, la contienda pareció interrumpirse con los Acuerdos de Estocolmo de 2018 auspiciados por la ONU; sin embargo, la ambigüedad de sus términos y sus reiteradas violaciones por ambas partes los dejaron en papel mojado. Además, con el avance del enfrentamiento ha quedado patente su incapacidad de proporcionar las condiciones para la paz o contentar a todos los implicados en el conflicto, pues solo contemplaba a dos contendientes sin que los separatistas del sur u otros grupos locales hubiesen tenido ninguna voz ni voto al respecto.
Casi desde el principio del choque los sureños del movimiento Hirak parecen haber mantenido su propia agenda, contando para ello con el apoyo -militar y político- de EAU. Constituidos en Consejo de Transición del Sur (STC, en sus siglas en inglés) a principios de 2018, gobiernan la mayor parte del territorio de las provincias del sur, incluyendo especialmente el importante puerto de Adén. En noviembre de 2019 las fuerzas gubernamentales y el STC llegaron en Jeddah a un acuerdo de compromisos después de que los sureños tomaran Aden y expulsaran a los leales a Hadi. Dicho acuerdo preveía una composición igualitaria del Gobierno, así como la participación de los separatistas en las negociaciones con los hutíes, a cambio de la retirada de los milicianos sureños del importante puerto y la vuelta de Hadi. Sin embargo, la falta de entendimiento sobre cuál de estos compromisos debía cumplirse antes llevó a los sureños a considerar roto el acuerdo, expulsando de nuevo al gobierno de Hadi y declarando en abril de este año la autonomía de la región. En junio, el STC tomó el control de la estratégica isla de Socotra, con ayuda de EAU y la aceptación tácita de Arabia Saudí, en lo que se ha valorado como un cambio de estrategia de Riad de dar soporte a los separatistas -y consolidar su relación con EAU-, y ha provocado la aparente renuncia de los separatistas al auto-gobierno.
Por último, el bando gubernamental se habría apoyado en el partido -calificado de islamista- ‘Al Islah’ (Congregación Yemení por la Reforma), considerado por algunos filial de los Hermanos Musulmanes en Yemen (aspecto negado sin embargo por el primero). Constituido en los noventa en el contexto de la unificación, goza de amplios apoyos en sus territorios -del este, especialmente- dado su fuerte componente tribal.
Sin embargo, no todos en la coalición habrían consentido dicho apoyo. Dada su abierta oposición a los Hermanos Musulmanes, EAU no solo estaría en contra de Al Islah (al que combate el STC), sino que ello le habría generado fricciones con las fuerzas de Hadi por considerar que varios de sus comandantes tienen afinidad o vínculos con el partido islamista. Aunque a priori los saudíes tendrían los mismos reparos respecto al partido islamista, se ha apuntado que vienen trabajando con ellos desde el inicio de la contienda por considerarlos la única opción viable de contrarrestar a los hutíes en sus zonas de influencia. Ahora bien, también se ha señalado desde esa misma fuente que dicha alianza podría estar en riesgo, pues a mediados de noviembre el Consejo de Académicos Mayores (Council of Senior Scholars, máximo órgano religioso de Arabia Saudí) declaró a los Hermanos Musulmanes organización terrorista, siendo la primera declaración de tal gravedad contra la Hermandad por parte de Riad desde 2014.
COVID en mitad de un desastre humanitario
Si por algo se caracteriza el conflicto de Yemen y lamentablemente ocupa las escasas referencias en los medios occidentales, es por el ingente coste humanitario que viene causando a la población yemení en estos cinco últimos años. No en vano, la contienda se habría cobrado alrededor de 110.000 muertos (o hasta 233.000, según un estudio encargado por la ONU), 18 millones de personas afectadas y 3,6 millones de desplazados internos, a los que hay que añadir los más de 220.000 refugiados que Yemen acoge desde hace más de 30 años, sobre todo somalíes. El 80% de la población, esto es, 24 millones de personas, depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir, con más de 10 millones en riesgo extremo de hambre. Además, el bloqueo del puerto de Hudayda por las fuerzas de la coalición durante meses exacerbó la profunda crisis humanitaria, al tratarse del punto por el que entran la mayor parte de las mercancías importadas por Yemen (incluyendo el 70% de la ayuda humanitaria).
Para mayor desgracia, la pandemia de la COVID19 llegó en abril a un Yemen ya de por sí absolutamente devastado desde el punto de vista sanitario. La escasez derivada de la guerra y los desplazamientos internos ya habían producido con anterioridad un millón de personas afectadas de cólera, dengue u otras enfermedades. Sobre estos números, la ONU estima que el porcentaje de infectados por COVID19 sería de hasta el 30% de la población (frente a la media global del 7%), si bien la ausencia de tests y el miedo a acudir a los centros hospitalarios impide conocer la cifra real de contagiados y fallecidos, siendo las cifras oficiales hasta el momento de tan solo 2.087 contagiados y 606 muertos.
Económicamente, el país está hundido, los funcionarios llevan meses sin cobrar y las remesas de los expatriados, normalmente abundantes, se han reducido en un 70% debido a la caída de los precios del petróleo. La hiperinflación y la pérdida de valor de la moneda nacional agravan la situación en un país eminentemente importador de alimentos y medicinas.
La profunda crisis motivó el impulso por parte de la ONU de un ambicioso Plan de Respuesta Humanitaria para 2019, que cuantificaba los recursos necesarios para hacer frente a las necesidades del país en 4.190 millones de dólares, de los que se obtuvo de los países donantes el 83%, siendo los principales contribuyentes Arabia Saudí, EE.UU., Reino Unido y EAU (España anunció su participación con 500.000 euros adicionales a la ayuda acumulada de los últimos diez años, que asciende a 9,88 millones de euros). Sin embargo, los números para este año son alarmantemente muy inferiores, pues aunque la ONU había marcado un objetivo de 2.400 millones, solo habría recibido hasta la fecha compromisos por algo más del 50% de dicha cantidad, porcentaje claramente insuficiente para hacer frente a la pandemia y a la crisis humanitaria subyacente.
Prospectiva: ¿bloqueo indefinido o fin del conflicto?
La multiplicidad de actores involucrados en el conflicto yemení parece hacer cierta la afirmación del propio Saleh, según la cual gobernar Yemen sería “como bailar sobre cabezas de serpientes”. En efecto, los acontecimientos de los últimos años indican que poner fin al conflicto y contentar a todas las partes implicadas será -con toda certeza- una tarea digna del mejor equilibrista.
Tras cinco años de enfrentamientos, el país se ve sumido en una situación insostenible, con diversos frentes activos en los que combaten varias fuerzas, cuyas alianzas no estarían -sin embargo- demasiado claras. Todo ello en un contexto de profunda crisis humanitaria, con cientos de miles de muertos y millones de desplazados, agravada por la nefasta pandemia de la COVID19.
No en vano, el Enviado Especial de la ONU Martin Griffiths afirmaba a principios de año que Yemen se encuentra “en un punto crítico. Las partes en el conflicto pueden conducir a Yemen a la desescalada y la continuación del proceso político o, como me temo, hacia una mayor violencia y sufrimiento que harán que el camino de retorno a la mesa de negociación sea más arduo”.
Actualmente nos encontramos con una situación de bloqueo, con un bando hutí cómodo en los territorios ocupados, para quien parece que el tiempo corre a su favor. En el otro bando, un gobierno -el considerado legítimo por la comunidad internacional- que tiene a su presidente en el exilio, y cuyos supuestos aliados -separatistas del sur e islamistas de Al Islah, que se enfrentan entre ellos- seguirían agendas muy diferentes. Además, pese al apoyo de la coalición, no parece que consiga recuperar de forma eficaz los territorios perdidos.
En el plano internacional, innegable en cualquier análisis de este conflicto, no puede obviarse el respaldo político de Irán a los hutíes, por un lado, y la evolución de las motivaciones perseguidas por los miembros de la coalición, por el otro. En este sentido, se ha apuntado que en los últimos meses los saudíes estarían más preocupados de garantizar la estabilidad a lo largo de su frontera que de restaurar al gobierno legítimo, mientras que EAU buscaría asegurar sus intereses de seguridad y geopolíticos en un rincón clave al que extender su influencia.
¿Puede entonces resolverse el conflicto o está Yemen abocado al caos indefinido? Desde luego, la resolución no parece cerca de producirse. Sin embargo, algunos elementos podrían resultar clave para avanzar hacia una salida pacífica tras cinco años de combates.
Por un lado, la solución debe aspirar al máximo consenso posible, tratando de colmar las aspiraciones de todos los grupos implicados. Cualquier acuerdo que no tenga en cuenta a todos los actores, especialmente las voces y grupos locales, está llamado a fracasar. Para ello, se ha de buscar por todos los medios no repetir los errores de 1990 y aprender las lecciones de la primavera de 2011, cuando toda la sociedad yemení se unió para confrontar al régimen de Saleh. Así, debe tomarse como ejemplo la senda de la NDC, evitando que ésta fracase de nuevo mediante una política de contrapesos que impida su apropiación por las elites locales, y que en cambio permita a toda la sociedad civil participar de forma activa en la reforma de la constitución hacia un sistema puramente democrático y un crecimiento económico sostenido.
En segundo lugar, como en toda negociación de paz, será necesario que exista un importante volumen de gestos y cesiones por todas las partes, que permitan la adopción de acuerdos. Gestos como los protagonizados el año pasado por los dos bandos, como la entrega de rehenes por parte de los hutíes o la apertura del puerto de Hudayda o del espacio aéreo del aeropuerto de Saná por parte de la coalición, imprescindibles para la llegada de ayuda humanitaria a una población tremendamente castigada.
En este sentido, se ha informado que Arabia Saudí estaría dispuesta a llegar a un alto el fuego con los hutíes si éstos aceptan establecer una zona desmilitarizada de contención a lo largo de toda la frontera entre ambos países. Por otro lado, resulta esperanzador el reciente acuerdo alcanzado entre el gobierno de Hadi y el STC bajo el auspicio de Arabia Saudí, con el objetivo de configurar un gobierno paritario en el que ambos estén representados, de cara a una posible negociación con Ansar Allah. Resta por ver, sin embargo, si ese acuerdo es duradero y no sucede lo mismo que en los intentos anteriores.
Y finalmente, como en cualquier otro conflicto bélico, el papel de la comunidad internacional, y sobre todo de EE.UU., puede tener una influencia fundamental en su resolución. Recientemente, pese al veto del presidente Trump a la censura del Senado a la participación estadounidense en la campaña saudí, Washington ha instado a todas las partes a poner fin a las hostilidades a través de un alto el fuego basado en concesiones de autonomía que satisfagan tanto a hutíes como a separatistas, a cambio de cierto retorno al statu quo previo a la contienda. El propio Secretario de Defensa Jim Mattis ha llamado a las partes a continuar en un “proceso político que debería establecer las condiciones para un retorno a las áreas tradicionales dentro de Yemen y un gobierno que permita esa cantidad de autonomía local que los hutíes o los sureños desean”.
Además, será imprescindible una mayor implicación por parte de la ONU y del Consejo de Seguridad, que desemboque en un marco jurídico suficientemente concreto y factible que colme -siquiera parcialmente- las aspiraciones de todos los actores, sobre todo las de los yemeníes. En este sentido, la actual resolución 2216 del Consejo de Seguridad resulta desfasada y actualmente impracticable, pues instaba a los hutíes a abandonar unilateralmente las armas y a retirarse de los territorios ocupados, aspecto que jamás será aceptado tal cual por Ansar Allah. También los posteriores Acuerdos de Estocolmo quedaron en mero intento, pues además de su ambigüedad, en ellos solo se contemplaban dos contendientes (hutíes y gobierno), quedando fuera de cualquier decisión el resto de los muchos actores mencionados. Como decimos, una solución duradera ha de pasar por integrar en la reconciliación a todos los yemeníes, desde hutíes a separatistas, fuerzas armadas, partidos islamistas y sociedad civil, pues de otro modo las reivindicaciones y los agravios no resueltos podrían volver a generar enfrentamientos en un futuro no muy lejano.
Aunque no nos atrevemos a vaticinar si el acuerdo final pasará por la separación -a través de un modelo de confederación de estados o similar- que devuelva al territorio al estatus previo a la unificación de 1990, lo cierto es que parece que, a la vista de las reivindicaciones de los actores implicados, el acuerdo requerirá la concesión, por parte de Saná, de un mucho mayor grado de autonomía tanto a hutíes en el norte como a las provincias del sur, así como de un creciente protagonismo a la sociedad civil. Solo así podrá Yemen avanzar hacia la paz y poner fin a casi una década de inestabilidad, conflicto, hambre y muerte. Solo así podrá vislumbrarse un futuro para 28 millones de yemeníes en el que nadie hable, nunca más, de bailar sobre cabezas de serpientes.
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